En
los círculos inmobiliarios se habla mucho últimamente del Certificado
Energético, y se constata a su vez que aquellos que menos lo conocen son
probablemente los más interesados en adquirirlo, es decir, los particulares propietarios
de viviendas en venta o alquiler.
A
lo largo de varios artículos trataremos de dar respuesta a las preguntas más
frecuentes sobre el tema.
En
primer lugar, debemos explicar qué es el certificado energético.
Para
ello, tal vez sea pertinente, ponernos en antecedentes sobre lo referente a
materia energética, definida en países como el nuestro por el alto grado de
paternalismo de los gobiernos europeos.
Términos
como contaminación, calentamiento global, sostenibilidad, etc. podría decirse
que llevan solo unas pocas décadas resonando en nuestros oídos, pero por suerte
cada día los gobiernos del primer mundo son más proclives a envolverse en la
bandera de la ecología, atendiendo a las protestas de aquellos que han popularizado
dichos términos con sus argumentos en defensa del planeta.
Conocidos
es por todos que la concienciación internacional por los problemas
medioambientales, quedó plasmada por medio del Protocolo de Kioto, en el que
una serie de países, muchos de ellos en su cúspide económica y de desarrollo,
pactaron (según algunos, arrastrando con ellos a un gran número de estados a
medio desarrollar) el seguir unas pautas para reducir sus emisiones de gases de
efecto invernadero (especialmente CO2), principalmente producidos por la
industria y por la generación de energía para abastecer dicha industria.
Como
es lógico, el consumo energético es proporcional al desarrollo económico y el
nivel de emisiones de CO2 es proporcional al consumo energético. Por ello,
dentro de un mercado libre y competitivo en la Unión Europea, España está en
desigualdad de condiciones con respecto al resto de países, ya que ha visto
frenado su desarrollo, mientras países como Estados Unidos (con apenas el 4% de la población mundial,
consume alrededor del 25% de la energía fósil y es el mayor emisor de gases
contaminantes del mundo), China e India contaminan sin que nadie diga
esta boca es mia.
Así
las cosas, en la actualidad, sumergidos en un profunda crisis económica, con la
industria atravesando uno de los peores momentos de la era contemporánea, es
decir, con unos índices de consumo de energía y producción de contaminación
inesperadamente bajos, extrañamente la
Union Europea se sacó de la manga como un prestidigitador de la creación de
problemas, una norma que obliga a las viviendas a poseer una pegatina “como las
de las neveras” en la que indique la relación entre el consumo de energía y su
aprovechamiento, es decir, su eficiencia energética, nivelada de la letra A a
la G. Siendo la A el máximo de eficiencia y la G el mínimo.
Esta
simpática y colorida pegatina, por supuesto, va acompañada de su
correspondiente desembolso para obtenerla por parte del propietario de la vivienda,
y precedida de los pertinentes gastos por parte de los gobiernos en los
que adjudicar el desarrollo los programas informáticos
necesarios para el cálculo de la eficiencia energética. (Siempre queda la duda
en estos casos de si fue primero la necesidad o el producto, el huevo o la
gallina…)
Es
decir, el gasto afrontado por el ciudadano comienza con las delegaciones enviadas
al extranjero para decidir que como nuestro desarrollo es excesivamente rápido,
sería preferible frenar nuestra precipitada evolución a base de contaminar menos
y pagar multas si contaminamos en exceso, mientras los países más contaminantes
y que empiezan a acaparar el pastel de la economía mundial gozan de bula
ecológica.
Una
vez cumplido el objetivo decelerador de la contaminación y del consumo
energético a escala industrial, lógicamente las instituciones han fijado su
punto de mira en los consumidores particulares, obligándoles a poseer el
mencionado certificado energético, previo cobro y so pena de multa en caso de
no tenerlo y anunciar su vivienda en venta o alquiler.
Todas
estas “normas articuladas”, como decíamos, son un gasto tal vez exagerado en
estos tiempos, fácilmente evitable simplemente con “articular” una frase muy
castiza y sencilla cuando visitemos una vivienda de nuestro interés:
“Esas ventanas están
para cambiar, que entra mucho aire”.


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